La enfermedad pulmonar obstructiva crónica, o EPOC, es una de las enfermedades más comunes de los pulmones. Se trata de una enfermedad progresiva que causa dificultad para respirar. La EPOC puede causar tos con producción de grandes cantidades de mucosidad (una sustancia pegajosa), sibilancias (silbidos o chillidos al respirar), falta de aliento y presión en el pecho. La mayoría de las personas que sufren EPOC son, o solían ser fumadores. La exposición a largo plazo a otros irritantes de los pulmones —como el aire contaminado, los vapores químicos o el polvo— también puede contribuir a desarrollar EPOC. (1)
Existen dos formas principales de EPOC: la bronquitis crónica que implica una tos prolongada con moco y el enfisema, que implica un daño en los pulmones con el tiempo. La mayoría de los pacientes de EPOC presenta ambas afecciones. (2) En el curso natural de esta enfermedad aparecen unos episodios agudos de inestabilidad clínica conocidos como exacerbación o reagudización. Estos episodios se caracterizan por un empeoramiento mantenido de los síntomas respiratorios (disnea, tos, incremento de volumen y/o color del esputo) que va más allá de sus variaciones diarias. (3)
El aire que respiramos no está limpio, por lo que absorbemos muchos elementos peligrosos con cada respiración. Por eso necesitamos un mecanismo interno para eliminar todas las toxinas que respiramos. Este mecanismo consiste en un gel muy pegajoso, llamado moco, que atrapa estas partículas y las elimina. (4)
Pero en enfermedades como la EPOC el exceso de moco impide su correcta eliminación, con lo que sirve de caldo de cultivo para las bacterias. Es por este motivo que durante los períodos de exacerbación uno de los mayores riesgos que corren los pacientes de EPOC es el de desarrollar una infección respiratoria.
De modo que los médicos durante estos períodos de exacerbación o reagudización, que son más frecuentes en invierno, suelen proporcionar a los pacientes antibióticos para evitar estas infecciones. Sin embargo, existe un problema asociado a una exposición continua a los antibióticos: la resistencia bacteriana.
Las bacterias trabajan en comunidad, lo que significa que una única bacteria no puede generar una infección por si sola. De hecho, se necesitan un número importante de ellas para que empiece el proceso de infección. Es en ese momento cuando presentamos los síntomas y cuando los médicos nos administran los antibióticos, que son fármacos especialmente diseñados para combatir este tipo de enfermedades.
Generalmente, tras a los pocos días de tomar el antibiótico ya nos sentimos mejor pero debemos completar el ciclo que nos ha recetado el médico (aproximadamente una semana) para
asegurarnos de acabar con todas las bacterias.
Pero las bacterias son unos organismos especiales que tienen una tasa de reproducción muy elevada. Lo que significa que su capacidad de mutar y adaptarse a las nuevas condiciones es mucho mayor que la de otros seres vivos. ¿Cómo nos afecta esto? Pues, que es más fácil de lo que pensamos que alguna de todas las bacterias que tenemos en el cuerpo durante un proceso infeccioso sea capaz de desarrollar algún tipo de mecanismo que le permita sobrevivir al antibiótico: será una bacteria resistente.
Sabemos que una única bacteria no puede infectarnos pero también sabemos que se reproducen muy rápidamente. Y, además, todas las hijas de nuestra bacteria resistente serán también resistentes. De modo, que puede acabar desencadenando otra infección y nosotros intentar tratarla del mismo modo que antes pero esta vez no será eficiente porque nuestra bacteria se habrá vuelto resistente.
El grupo de Infecciones Bacterianas: Terapias antimicrobianas del IBEC se focaliza en la investigación de nuevas estrategias para combatir a las bacterias y evitar que estas desarrollen resistencia. Por otro lado, el grupo de Procesado e Interpretación de Señales Biomédicas del IBEC, trabaja para desarrollar nuevos sistemas de diagnóstico y monitorización de los pacientes con EPOC.
Autora: Carolina Llorente